miércoles, 18 de agosto de 2021

Los más de siete enanitos ante el Goliat de armadura naranja

El exministro de Orange acostumbra a pifiarse en sus símiles. En una de sus conferencias en las que suele defender (no le queda de otra) ese insulso compendio de frases de cajón que componen su cartilla de economía naranja a la que mal llama “libro”, lo escuché decir que “si hubiera existido una red de mercado para Van Gogh él no hubiera terminado aguantando hambre” en total desconocimiento de la realidad histórica de un Van Gogh que rechazaba lo que la red de mercado de las artes (que sí existía en su contexto) demandaba. A Van Gogh no le interesaba ni la demanda, ni hacer oferta alguna, sino la exploración estética en sí, en total contradicción con el macabro espíritu de la política que pretendía defender con su fracasado símil.

Ahora se pifia en El Tiempo con otro símil mal construido. Parafraseando al subpresidente, apela a los siete enanitos de la Disney, a Blanca Nieves y la madrastra, a quien reseña como malvada y envidiosa. Al parecer, Blanca Nieves es Duque y pareciera que la madrastra somos los envidiosos que no reconocemos sus logros. Pero luego, en un giro melodramático, plantea como paradoja que no es la madrastra, sino los siete enanitos los envidiosos, malvados y hasta vanidosos. Pero más allá de describir la deficiencia del exministro de Orange para construir símiles o para escribir artículos o incluso para dar entrevistas, escribo este texto para hacer una confesión:

Yo soy uno de esos más de siete enanitos que nos atrevimos a levantar la voz, en las audiencias del Congreso de la República, contra la Ley 2070 de 2020, ante ese monstruoso Goliat que son los partidos del desgobierno del #EscobarUribismo reinante. Y lo enfrentamos sin onda, sólo armados con argumentos que fueron acallados a pupitrazo mayoritario, sordo e insensible.

Yo soy uno de esos más de siete enanitos que fuimos al Congreso a oponernos a la megavandalización de los siempre paupérrimos recursos de la cultura, tal como lo han hecho con la salud y el transporte público, con la explotación minera que acaba con la agricultura, los ecosistemas y los recursos hídricos o como han querido hacer con la educación y no han podido, gracias a los estudiantes, a los ciudadanos que se manifiestan pacíficamente, a quienes el exministro de Orange mete en el mismo saco de los infiltrados y los llama “lobos delincuenciales disfrazados de mansas ovejas” que en su obtusa, acomodada y miserable visión dice que aplican “el mismo libreto de camisas pardas y negras que encumbró a nazis y fascistas” cuando son esos mismos jóvenes los que han sido mutilados, asesinados, desaparecidos, perseguidos por las huestes del fascismo oficial y paramilitar, con descuartizamientos incluidos.

Yo soy uno de esos muchos más de siete enanitos que comprendemos en lo que han querido convertir al patrimonio: especulación inmobiliaria de lo explotable entregado grandes industrias del turismo y abandono hasta la destrucción del patrimonio no explotable (decisión megavándala por demás) y; ahora, en medio del estallido social, monumentos símbolos de lo inamovible, del poder marmoleo de los mismos de siempre, de las mismas familias esclavistas que se sostienen con guerras, mafias, guerras de mafias y mafias de guerra. Monumentos ensalzados como patrimonio, intocable, aún por las comunidades víctimas de quienes son conmemorados.

Soy uno de los cada vez más de siete enanitos que tratamos de comprender, más allá de las ciencias exactas, lo que sucede en la sociedad: la sempiterna violencia que nos consume y que no se resuelve sólo con matemática ni química pura. De los que procuramos aportar con creaciones artísticas que intentan desenmarañar, frente a un público que necesitamos crítico, no consumista, ese oleaje continuo de conflictos que no se pueden homogenizar, como lo demuestra el antropólogo argentino Alejandro Grimson, ni mucho menos aplastar, por más fuerza militar y paramilitar que le quieran meter.

De los que tratamos de escuchar las voces ancestrales en las comunidades indígenas, siempre violentadas, siempre desplazadas de manera cíclica por las mismas familias de siempre. Tantos “siempre” que siempre nos llevan a decir “nunca más” una y otra vez, sin lograrlo, pero sin rendirnos, generación tras generación.

Y nos toca decirlo así, en español, porque es la lengua de la conquista, de la colonia y del sometimiento, pero es la que tenemos también para la emancipación. Y no es por tener apellido o nombre de origen alemán, como Wasserman o William (Wilhelm) que logremos comprenderlo o no, o ridiculizarlo, como en la cita que el exministro de Orange invoca. Es por el punto de vista desde donde lo analicemos: desde la mirada de Goliat del exministro de Orange que ve a los otros como simples enanos o desde los enanos que no creemos en la pureza de Blanca Nieves. Desde el punto de vista de los opresores de siempre o desde el punto de vista de los siempre oprimidos.

 

WILLIAM HURTADO GÓMEZ

Enano Consejero Nacional de Cultura durante el triste mandato del exministro de Orange.

En respuesta a la publicación en:
https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/felipe-buitrago/los-siete-enanitos-columna-de-felipe-buitrago-611293

viernes, 12 de febrero de 2021

La Economía Naranja: con "i" de inmediatez y muchas idioteces

William Hurtado Gómez

Cartagena de INdias, 21 de febrero de 2021

La economía naranja pretende ser creativa, pero termina siendo ridícula. Tal vez porque al concepto mismo de "creatividad" que usan los paladines de esta política lo hacen sinónimo de "innovación", así, a la ligera, sin detenerse a pensar en el proceso de la primera, sólo en forzar rápidamente el resultado de la última. Sobre todo, eso: lo configuran todo dese la rapidez y la urgencia, ese pensamiento industrial donde "el tiempo es oro" no porque el tiempo sea valioso, sino porque hay que apropiarse del oro, sin entender la metáfora.

Esa rapidez ha sido demostrada en los trámites de sus leyes, desde la misma ley naranja, hasta la mal llamada ley "reactivarte", que tuvieron un acelerador inusitado, como si hubieran sido los procesos legislativos mismos, las víctimas de algún mecanismo industrial perverso que alimentó de engorde transgénico un proceso que fue magro de participación y hueso de escucha al sector mismo, pero graso de lobbies por los funcionarios del Ministerio que solía ser de Cultura.


La "i" de innovación o cualquiera de las otras "i", tan minúsculas como los siete enanitos de la parábola del duque, deberían ser reemplazadas, por ejemplo, con las "i" de inmediatez o, ya que son tan afectos a las palabrejas rimbombantes, de instantaneidad. La tal formación en economía naranja, por ejemplo, es precisamente para aprender a usar, en unas cuantas sesiones, coaching, workshops y tutoriales, herramientas que garantizan ¡ya! esa innovación.

También se pueden reemplazar otras íes por la "i" de instrumentalizar, como sea, la creatividad en la búsqueda de resultados no importa cómo, siempre y cuando se limite a lo instantáneo, aunque no haya mercado para el producto, sólo el espectáculo del logro rápido y fugaz, como quien mezcla un “mancha tripa” de naranja con agua. Los procesos para ellos son con "i" de impensables, unas totales pérdidas de tiempo.

Sembrar semillas, echar raíces, ver no sólo el fruto, sino las ramas, el follaje, el tronco, todo eso es para dinosaurios idealistas que no entienden que el mundo ha cambiado. Mucho menos quieren ellos pensar un poco más allá: en el agua que recoge el follaje, o que atrapa pacientemente del rocío que rueda gota a gota por ramas y tronco y es atesorada en cada raíz y liberada también gota a gota hasta formar un torrente que rompe la roca, abre ojos de agua, busca su curso, forma ríos y... ¿nos imaginamos el resto? Tal vez sólo quienes nos importa gastar tiempo en eso, a los que no "evolucionamos" y seguimos siendo dinosaurios románticos que nos negamos a aceptar al meteorito y su bola de fuego naranja.

Ellos tampoco van a pensar en el ecosistema que allí convive y coopera sin ser explotado. Otra "i" de impensable, como es impensable también saber del oxígeno que brinda y la sombra que nos regala, ni se les ocurre que exista tanta generosidad. Nada de eso importa. ¡Ni siquiera el fruto, aunque el árbol sea un naranjo! Sólo la saborización instantánea importa, incluso aunque no sea lucrativa.

¡Tanto artificio para un mal engaño! Y todos los artificios con "i" de idioteces. La séptima "i" es la de ideología. El ministro ha repetido en varios espacios que "no va a dar un debate ideológico" cuando lo que se le plantea es uno conceptual de la cultura, sobre lo que significa para una sociedad tan diversa, y llama a este debate precisamente "ideológico" porque en últimas, todo este esfuerzo por arrasar con las artes y la cultura de un país a través de esta política obedece a esa ideología neoliberal envuelta en un modelo feudal que los viejo y anquilosados poderes de esta Nación, se niegan a perder.